¿Cómo
gestionar las broncas con los adolescentes?
Puede ser por el
orden, la comida, la limpieza, los estudios o la hora de regreso a casa. El
motivo puede diferir, pero los conflictos son común denominador en los hogares
con adolescentes. Expertos en el trato con adolescentes apuntan algunas claves
para salir del círculo vicioso
“Es agotador” y “no puedo más” son dos frases con las que los
padres con hijos
adolescentes acostumbran a resumir, en los momentos bajos,
la convivencia con
ellos. En las gradas de las
instalaciones deportivas, en las reuniones de instituto o en
las charlas
sobre educación donde coinciden con padres de chicos y
chicas de la
misma edad, el que no se queja de discusiones por el desorden en
la habitación se
lamenta de las malas contestaciones, del abuso de la
videoconsola, de la falta de
estudio o de la apatía. Intercambian experiencias
para concluir con el consabido “yo
ya no sé qué hacer”.
“Los conflictos en la
relación con adolescentes son normales, son propios de la etapa; la transición
de niño a adulto crea tensiones internas
difíciles de soportar que llevan al adolescente a actuar de una forma que puede
ser difícil de tolerar por parte del entorno”, advierte
Jorge Tió, psicólogo clínico y coordinador del equipo de atención al menor de
la Fundació Sant Pere Claver. Y añade que ese entorno –las familias–, también
se tiene que adaptar a los cambios “y empezar a relacionarse con aspectos
adultos que el adolescente exige que sean respetados y reconocidos (aunque
impliquen diferencias con los padres) a la vez que se siguen atendiendo
aspectos infantiles que todavía persisten”. Porque, a esas edades, los hijos
tan pronto se sienten sobreexigidos y se refugian en un funcionamiento infantil recordando a los
padres que todavía no son adultos, como se sienten infantilizados y reivindican
–a veces con excesiva vehemencia– un respeto porque ya no son niños. Tió
enfatiza que de la capacidad de adaptación de
los padres a esos cambios depende muchas veces que se cronifiquen conductas, se
creen círculos viciosos y se acabe en una escalada de conflictos. “No hay
fórmulas ni recetas mágicas; es importante no psicologizar, psiquiatrizar o
judicializar unos conflictos que son naturales y propios de los cambios que
ocurren en esa etapa”, comenta.
Mario Izcovich,
responsable del grupo de investigación en adolescencia del Col·legi de
Psicòlegs de Catalunya, asegura que muchas de las broncas que se viven en los hogares con
adolescentes tienen que ver con que los padres esperan de sus hijos que hagan
ciertas cosas, les plantean determinadas tareas o demandas, y los chavales, que en otro contexto –como la
casa de un amigo o unas colonias– las asumirían, reaccionan de forma distinta
como una manera inconsciente de manifestar cierta rebeldía respecto a lo que
sus padres esperan que hagan o sean. “La dinámica nos demuestra que los
adolescentes, además de serlo, son hijos, y hay una dinámica particular en
relación con sus padres”, afirma. Javier Urra, psicólogo y director clínico del
programa RecUrra para padres e hijos en conflicto, remarca que la relación con hijos adolescentes siempre ha
provocado conflictos, ha exigido constancia y coherencia por parte de los
padres, y ha resultado agotadora, “aunque quizás en la sociedad actual un poco
más porque hay más permisividad social
que antes” y cuesta más ejercer la autoridad.
Partiendo de todas
estas premisas –que los conflictos con el hijo adolescente son inherentes a esa
fase del desarrollo y no hay que desfallecer ante ellos– Jorge Tió, Mario
Izcovih y Javier Urra explican cómo afrontarían ellos algunos de los momentos críticos que se producen en muchos
hogares durante esta larga etapa. No son soluciones mágicas –en educación nunca
las hay–, sólo las reflexiones de personas acostumbradas a relacionarse con
adolescentes, incluidos sus propios vástagos.
“Tenemos un reparto
de tareas y a ella le toca poner la mesa y sacar al perro. Cada día, cuando
avisamos que en quince o veinte minutos cenaremos, la repuesta es la misma
‘ahora voy…’. Y así una, dos, tres, cuatro… y las veces que sean. Puede pasar
más de media hora, hasta que amenazamos con que no cenará si no pone de
inmediato la mesa. Algún día se ha quedado sin cenar o ha cenado más tarde y
sola. Pero nada, la situación se repite”.
Jorge Tió El
adolescente es muy sensible a
sentirse tratado como un niño al que se le exige obediencia, y cuando lo sienta
así se resistirá a ello. Puede también costarle entender las necesidades de los
adultos, a los que todavía puede mantener idealizados y no entender por qué le
piden las cosas. Así que conviene establecer estrategias de
diálogo que estimulen su colaboración y le ayuden a entender por qué es
necesaria, animándole a sentir que puede aportar cosas valiosas al grupo
familiar.
También es importante escuchar sus razones y negociar, puesto que en
ocasiones sus prioridades pueden ser otras
(a veces vividas con una urgencia que tampoco estará dispuesto a reconocer,
como sacar el perro a determinada hora para encontrarse con alguien).
El clima general existente en la familia (si se
promueve el respeto y el compromiso en las relaciones) será especialmente
determinante. El adolescente (como el niño) aprende más por identificación, y
le será casi imposible cuidar si no se siente cuidado.
“Cada mañana empiezo
el día con una bronca; he de recordarle que recoja el baño después
de ducharse –la ropa, la toalla, el agua del suelo…– porque tras él entra su
hermano, que no tiene por qué padecer su desorden o suciedad. Y no hay manera:
lo repito cada día, y le tengo que trabar el paso cuando sale para el instituto
para que lo recoja. ¡Y encima me llama pesada!”
MarioIzcovich El
adolescente se rebela respecto a lo que sus padres esperan que haga. Si se
trata de recoger la ropa del baño, al hacerlo tiene la idea inconsciente de que
se lo hace a sus padres, y ese “se” es crítico. Esto se ve muy claro por parte
de los padres cuando algunos les dicen a sus hijos que si estudian y aprueban
les harán un regalo. El mensaje que transmiten es que el hijo ha de estudiar
para ellos.
La cuestión que está en juego, por tanto, es cómo ayudar a que el
adolescente sea más responsable de lo que le pasa y más autónomo. Eso pasa por
hablar, por pactar, por acompañar, por dejar
hacer… y por mostrar que lo que ha de hacer no es un favor a sus padres.
Pero
esto último primero lo han de interiorizar los
padres y no se logra sólo diciéndolo, sino a través de los actos. Una madre ama
de casa se quejaba en la consulta porque ninguna de sus cuatro hijas la ayudaba
con las tareas de casa y ella tenía que hacerlo todo; en las entrevistas vimos
cómo la cuestión empezaba por ella, pues cada vez que alguna de las hijas
quería tener una iniciativa ella la criticaba y decía que no estaba bien.
Hay padres que llegan
a su casa y comienzan una lista de tareas que sus hijos no han hecho y han de
hacer. Conviene dejar que el adolescente se haga responsable,por ejemplo, de
su habitación, y no limpiársela. Ya no es un niño. Pero
también hay que saber que los adolescentes y los adultos funcionamos con lógicas
distintas y no se los puede ver como adultos. El orden, la limpieza… ya
llegarán, pero necesitamos que el adolescente lo haga por sí mismo, no porque
el padre, el adulto, se lo demanda.
“Pactamos el tiempo
de juego con la videoconsola y con el ordenador pero no los
respeta. Y cuando le exijo que cumpla y desconecto los aparatos se pone como
una moto: gritos, portazos, golpes… Entonces le castigamos sin jugar durante un
tiempo, y en cuanto se acaba el castigo, otra vez lo mismo; no asume lo acordado.
Alguna vez incluso ha buscado la consola que teníamos retirada y se ha puesto a
jugar mientras no estábamos. Su respuesta es que quiere jugar y
no le dejamos. No admite que es él quien no respeta los acuerdos. Es un
conflicto permanente”.
Javier Urra Hay
que hablar y pactar cuánto tiempo, qué días y en qué momentos se juega y
atenerse a eso, de manera innegociable. Y es impensable que no cumpla lo
acordado, porque si no cumple se le retira la posibilidad de jugar y, si
incumple esa sanción, tendrá otras medidas sancionadoras como no salir dos
fines de semana.
Ellos tienden a probar la autoridad a ver si no pasa nada,
pero hay que explicarles que en la vida el
que incumple es sancionado, y que el Código Penal de los adultos tiene razón de
ser porque se impone: si uno conduce mal le quitan puntos, si se queda sin
puntos le quitan el carnet y si conduce sin carnet va a la cárcel. Los padres,
si establecen una norma, también han de imponerla y exigir su
cumplimiento.
“La castigo sin
salir el fin de semana y me dice que da igual, que saldrá de todos modos. Y
cuando coge la puerta y se marcha, no sé cómo reaccionar porque ya tiene 18
años”.
J. Urra Con
18 años los hijos ya pueden hacer lo que les viene en gana. Son adultos y no
tienen obligación de obedecer. Pero los padres les pueden echar de casa, de
modo que se trata de explicarles que si no les convencen las normas, se pueden ir tranquilamente y poner las suyas,
en su casa. Pero mientras estén con los padres han de respetar las normas que
se establezcan en esa casa.
“No hay manera de que
se duche. Cada día la misma pelea: que ahora no, que por la noche da pereza,
que mejor mañana por la mañana; y por la mañana que ahora da palo, que ya lo
hará luego… Hasta que montas la bronca”.
J. Tió Esta
es una situación que plantea por un lado la problemática del cuerpo y la
motivación y por otro la cuestión de los límites (como la mayoría). Con
respecto a la primera, el adolescente puede sentirse en una relación
ambivalente con su cuerpo, que todavía no siente aceptado y suficientemente controlado, así que en
ocasiones le cuesta cuidarlo como se merecería, no siendo infrecuentes
actitudes de cierto abandono; es como si se escondiera detrás de la suciedad y
la fealdad. Saberlo puede permitir a los padres ser más tolerantes y flexibles,
evitando una confrontación destinada a polarizarse, y buscar estrategias que
estimulen sus ganas de cuidarse. Esto liga con la motivación, que al
adolescente quizá le cuesta encontrar porque sus temores e inseguridades pueden
ser grandes. Puede refugiarse en actitudes pasivas para evitar afrontar
situaciones que le pueden poner a prueba. Son actitudes que pueden ser
confundidas con gandulería, cosa que al adolescente
ya le va bien, pues se enmascara su significado más profundo. Así que pueden
ser de gran ayuda estrategias en las que se refuercen sus aspectos sanos y se
reconozcan sus capacidades.
En cuanto a los
límites, es importante recordar que su sentido debe estar siempre asociado al
cuidado. Ponemos límites porque cuidamos las cosas. El adolescente tiene
tendencia a vivir los límites como imposiciones caprichosas
del adulto, como un abuso de poder. Por eso los límites deben ser razonables y
razonados para que se entiendan. Se necesita mucha pedagogía para explicarlos. Por supuesto esto no
garantiza la colaboración del adolescente, así que los padres habrán de decidir
cuándo asumirlos con firmeza como parte de su responsabilidad como adultos y
cuándo soportar la falta de colaboración (mostramos así nuestra capacidad
de tolerar la frustración) sin cerrar la puerta a la
esperanza de obtenerla en algún momento. Esto último es importante, porque
cuando el adolescente se siente tratado con hostilidad y rechazodifícilmente va a ceder. Si tiramos la toalla,
él o ella no vendrán a recogerla.
“Discutimos mucho
porque no se come la comida que preparo. No hay forma de que coma sano, dice
que no tiene hambre cuando llega la hora de la fruta y luego se pasa el día
picoteando cereales, galletas… Y cuando come sola se prepara frankfurts,
fritos… Por más que la conciencie sobre la importancia de que cuide su salud no
hay manera. Se enfada, dice que la deje en paz y acabamos a gritos”.
M. Izcovich Vemos
muchos padres que se quejan mucho pero les hacen la comida a sus hijos, les
lavan la ropa, les acomodan la habitación. De manera que el adolescente se
acostumbra a escuchar la queja y pasa de
ella. Un adolescente le dijo a su madre: “Te pasa algo que te estás riendo”.
Estaba acostumbrado a ver a su madre de mal humor y quejarse cada vez que
estaban juntos.
El establecer
pautas, poner límites o decir que no son tareas de los
padres; pero si esto no funciona hay que revisar de qué manera se dice que no a
algo. A veces los padres se quejan de sus hijos pero caen en una posición de
impotencia y no saben qué hacer. No hay una receta única, pero quizá uno puede
plantearse ¿por qué hacerle comida si no la come? ¿No sería mejor dejar que
pida lo que quiere o que se lo haga? Muchas veces la sobreprotección es un engaño; es la dificultad de
los padres de separarse de sus hijos, de aceptar que se hacen mayores, y los
tratamos como pequeños. En todo caso, lo importante es salir de situaciones
dilemáticas que no llevan a ninguna parte. Es necesario buscar momentos para
hablar de lo que pasó, pero cuando se den circunstancias para ello, no en medio
de una crisis.
“Su cuarto es una
leonera, con ropa por el suelo, la cama sin hacer, el cable del móvil por en
medio, la bolsa de deporte sin vaciar, el armario revuelto… Y si insistes en
que recoja dice que le dejes en paz, que a ti que más te da, que son sus cosas.
Pero hay unas reglas de convivencia”.
J. Tió Es
una de las situaciones más clásicas de la adolescencia.
A las cuestiones anteriores sobre límites y trato autoritario se unen aquí las
cuestiones relacionadas con la diferenciación. El adolescente necesita hacer
las cosas diferentes, y también delimitar un espacio de intimidad que
fácilmente puede sentir invadido. Así que
cualquier estrategia deberá ser cuidadosa a la hora de diferenciarse de la
imposición, del “tienes que hacer las cosas como yo digo”, y del control en el que se aproveche la “limpieza”
para revisar su espacio. Si la demanda es clara –las necesidades de higiene o de un orden que facilite el manejo
práctico de las cosas– es más probable que colabore. Con su desorden el
adolescente también puede estar pidiendo que soportemos su estado mental, que
puede ser bastante desordenado.
Él puede no sentirse capaz de hacerlo, y ver
que los padres lo toleran le ayudará a aguantarlo mejor e ir paulatinamente
ordenándose. Tolerar no quiere decir transigir y abandonar el propósito de
conseguir un cuarto más ordenado, pero sí que la única manera de mejorar es
desde una actitud que el adolescente no perciba como rechazo, como un “eres un
desastre”.
“Se pasa mucho con el
gasto en móvil; razonas con él que no puede ser y al mes siguiente otra vez… Y
encima cuando algún día le llamas para preguntarle algo no te coge el
teléfono”.
J. Tió El
adolescente necesita irse responsabilizando de las cosas y abandonar un
funcionamiento infantil en el que la provisión de bienes está delegada
inconscientemente en los padres.
El niño no se pregunta por lo que cuesta el
recibo del teléfono, da por hecho que los padres se hacen cargo. Esta actitud
está asociada a una imagen más o menos idealizada de
los padres. Así que ayudamos al adolescente a hacerse responsable cuando le
ayudamos a desidealizar al adulto (lo que no quiere decir desvalorizarlo).
Que el
adolescente entienda que el adulto no lo puede todo, que se puede equivocar, que también comete errores, duda y, por
supuesto, sufre. Reconocer todo esto le ayuda a construir una imagen más
realista del adulto (y del adulto en el que él o ella se van a convertir) y así
intentar asumir la responsabilidad con menos miedo. Si la imagen del adulto
está muy idealizada los adultos reales que le rodean siempre le decepcionarán y
él también evitará asumir responsabilidades para a su vez no decepcionar ni
decepcionarse, de forma que no colaborará en
el reparto de las cargas o en la contención del gasto.
“Oculta información
para hacerse el importante, para ignorarnos. Le preguntas a qué
hora entrena para organizar la logística doméstica y dice que no lo sabe; le comentas
si ha preguntado tal o cual cosa al profesor y pasa o dice que no lo hará. No
apunta nada en la agenda del instituto y así no hay manera de controlar si
tiene deberes…”
J. Tió Es
verdad que el adolescente a veces necesita sentirse superior y provoca en los
padres sentimientos de inferioridad o exclusión como una forma de evitar
sentirlos él, pues le resultarían insoportables. Lo que más le puede ayudar es
comprobar cómo los padres lo resisten sin hundirse ni responder con hostilidad
a su “ninguneo”, expresando sus quejas con argumentos y
mostrando sus legítimas necesidades, sin
vergüenza ni sentimiento de inferioridad por poder hacerlo.
Que el adolescente
vea que también puede herirnos y esperamos otra cosa de él, aunque es
importante mostrarle que no nos hunde. El adolescente no soporta la debilidad
de sus padres, pues eso le debilita profundamente. De todos modos la ocultación
de información suele estar más relacionada con la preservación de su intimidad
o con la sensación de no tener nada importante qué decir (cosa que tampoco
podrá nunca reconocer).
Así que, de nuevo, aquí el adolescente puede aprender
más por identificación con unos padres que no ocultan información, que se
muestran abiertos, claros y colaboradores. Las actitudes controladoras ante la
falta de información sólo provocan más cerrazón y estrategias defensivas para
ocultar su intimidad, que fácilmente puede entonces ser confundida con la clandestinidad.
“Cada fin de semana
es un conflicto. Con 14 años no tiene edad de quedarse todo el día solo y no
quiere acompañarnos a ninguna actividad familiar porque dice que con nosotros
se aburre, hagamos lo que hagamos. Es una situación muy tensa, porque no es
cuestión de llevarle a la fuerza pero tampoco de que toda la familia sacrifique
su tiempo libre porque él quiera estar en casa”.
J. Urra A
estas edades es un conflicto muy frecuente que los intereses de los padres y de
los chavales no coincidan, pues los padres quizá se quieren ir de fin de semana
a una segunda residencia y el hijo quiere quedarse para salir con los amigos.
La solución es pactar que algún fin de semana se
quedarán para que tenga relación con sus amigos pero sin que ello suponga una
imposición del hijo ni renunciar a los planes
de los padres cada fin de semana. También se puede buscar
la complicidad de otros padres para turnarse en su cuidado cuando unos u otros
salen.
“Cada mañana es una
batalla despertarle y que se arregle para ir al instituto;
tarda y nos repercute al resto porque de camino al trabajo le dejamos en la
estación del tren”.
M. Izcovich La
cuestión es aclarar que si quiere ir en coche hasta el tren tendrá que
levantarse pronto. Y si no se pone las pilas para estar a la hora convenida, se
queda y va andando hasta la estación. Está en su derecho de enfadarse, pero los
padres también tienen derecho a poner sus límites.
El problema es que hoy en
día los padres tienen miedo a que sus hijos estén enfadados con ellos y para
evitarlo aceptan casi todo: hasta llegar tarde ellos al trabajo. No se trata de
poner límites exagerados que sabemos que no
se van a cumplir, pero sí de hacer al adolescente responsable de su propia vida
y demostrarle que el problema, si no cumple algo o no respeta los límites, va a
ser para él.
“El fin de semana, si
no tiene partido baloncesto, se levanta y se tira en el sofá a ver la
televisión. Le puedes decir mil veces que se duche y se vista, que haga su cama
y recoja su cuarto, que se ponga a estudiar, dibujar o jugar… Su respuesta es
¡qué me dejes! Una y otra vez, hasta que pegas tres gritos, apagas el televisor
y entonces grita y se mete en su cuarto dando un portazo”.
J. Urra Es
normal que el adolescente esté tumbado y muy pasivo. Lo que no es tan normal es
lo de pegar tres gritos al final de todo ese proceso. O no
se pegan o mejor pegarlos al principio. Y lo mismo si se trata de que se laven
los dientes o de que recojan algo. La norma, si se pone, es para cumplirla a la
primera, salvo que te pidan una dilación de media hora, por ejemplo. Tampoco
pasa nada porque un chaval que habitualmente tiene actividad se quede una
mañana en el sofá sin hacer nada si tiene tiempo libre. Otra cosa es que sea
un vago y no haga nada. En ese caso lo que hay que
plantearse y plantearle es ¿quién va a comprar? ¿quién limpia? ¿quién hace la
comida? Pedirle que se implique en esas tareas y luego, en su tiempo libre, si
quiere se tumbe. El problema es que con frecuencia los
padres –y más las madres– lo acaban haciendo todo: si tarda en poner la mesa,
la ponen ellas en vez de decirle que si no la pone tú no le pones la cena. Dirá
que le da igual, que eres un pesada y que
sólo ha tardado cinco minutos, aunque haga media hora que se le avisó. Todo eso
es típico de los adolescentes, pero cada uno tiene su papel y la madre ha de
hacer de madre y él de adolescente, aunque resulte agotador.
“A veces, cuando no
le dejas jugar en el ordenador o salir con los amigos le asaltan unos ataques
de ira brutales y puede lanzar lo primero que tiene a mano, se pone a gritar,
suelta tacos o da portazos”.
J. Urra Que
el adolescente se enfade cuando no se sale con
la suya, se vaya a su cuarto con un portazo y de puñetazos a su almohada, se
puede pasar. Pero no que grite o zarandee al padre o la madre, porque es
terrible para él medir a sus padres y vencerlos. El adolescente ha de aguantar
y sentir la frustración. Cuando les estás poniendo límites no lo entienden, lo cuestionan, pero con
los años lo agradecerán.
“Es agotador” y “no puedo más” son dos frases con las que los padres con hijos
Los padres suben nota
¿Quiere que su hijo tenga éxito en los estudios?
Pues no se le ocurra
prometerle una moto ni una videoconsola como premio a final de curso. Mejor
exíjale que saque la basura, recoja la mesa y haga las camas. Y, sobre todo,
hable con él y muestre interés por sus estudios
Conversar con los hijos, interesarse por lo que hacen,
dar relevancia a sus estudios y a su futuro profesional, mantener un buen clima
familiar y una buena relación con el otro progenitor, marcarles límites,
exigirles que participen en las tareas domésticas y colaborar con el maestro y con
el centro educativo contribuye a mejorar su rendimiento académico y su conducta
en la escuela. Por el contrario, prometerles regalos, comparar sus notas con
las de otros compañeros, no preocuparse por su vida escolar, consentirle todo y
criticar a la escuela o a los maestros acostumbra a traducirse en peores
resultados académicos. Lo dicen, de modo concluyente, múltiples y variopintas
investigaciones sobre el fracaso escolar y sobre la incidencia de las
relaciones familiares en la vida escolar.
"La realidad me ha demostrado que por mucho trabajo que un niño o niña nos dé a los maestros, si sus padres están dispuestos a colaborar con el colegio, si en casa los esquemas de relación y de límites están claros, si el niño o la niña vive un equilibrio razonable entre libertades y responsabilidades, la probabilidad de que su evolución escolar sea positiva es muy alta. Y, desgraciadamente, la realidad me ha demostrado también la otra versión: que cuando los padres y madres delegan en la escuela toda la tarea educativa, o aún peor, cuando critican o cuestionan el trabajo de los profesores delante de sus hijos, las probabilidades de éxito escolar quedan muy reducidas", asegura Ramon Casals, profesor de matemáticas en el instituto Leonardo Da Vinci de Sant Cugat del Vallès (Barcelona).
Su experiencia docente y de colaboración con asociaciones de madres y padres ya había llevado a Casals a estas conclusiones, pero decidió corroborarlas de forma científica y el año pasado utilizó una licencia del Departament d´Educación de la Generalitat para evaluar qué aspectos de la vida familiar inciden en la vida escolar, cuantificando aspectos como el grado de conversación de los alumnos con su padre y con su madre, si se ríen con ellos, si les dan besos, si juegan, si los padres les preguntan dónde van, si les riñen, si hacen las paces cuando discuten... y cruzando estas variables con sus opiniones sobre si vale la pena estudiar, si sacan buenas notas, si les gustan los profesores... Las conclusiones del estudio Les relacions familiars i la seva influència en la vida escolar - realizado sobre una muestra de 995 alumnos de entre 10 y 17 años de 21 centros educativos de Catalunya- son que cuando las madres y los padres se interesan por lo que hacen sus hijos mejora un 20% la actitud de estos por el estudio y, en general, las otras variables escolares: rendimiento, satisfacción con el profesorado.
También influye de forma relevante la confianza y seguridad que el menor tiene en su relación familiar, la existencia de buenos mecanismos de resolución de con-flictos en casa o el hecho de participar activamente en las labores domésticas, que mejora un 7% la actitud escolar. "Lo que hemos constatado es que cualquier aspecto que refuerce el vínculo emocional del niño con su familia redunda en positivo sobre su autoestima y seguridad. ¿De qué puede servir que un niño hable más o menos con sus padres? Básicamente le da a entender que tiene una relación con ellos, eso le hace sentirse mejor consigo mismo y con el mundo. Por eso encara la vida con un ánimo más positivo. Le cuesta el mismo esfuerzo aprenderse los verbos irregulares, claro está, pero al sentirse bien, es capaz de encarar este esfuerzo con mejor ánimo y, por tanto, de obtener mejores resultados escolares. Yolo defino como cojín emocional", explica Casals.
Está claro que el rendimiento escolar es un factor complejo que no puede explicarse en función de una única variable, pero son muchos los investigadores que ponen el acento en la influencia familiar. Hay una amplia línea de trabajos centrados en probar que el mayor nivel educativo de los padres, el nivel de renta familiar y la presencia de un ambiente estimulador en el hogar suele ir asociado a los buenos resultados académicos de los hijos. Hay todo otro grupo de investigaciones que demuestran cómo la implicación de los padres en actividades y en el funcionamiento escolar influye en el rendimiento de los alumnos. Pero cada vez son más los que ponen el énfasis de la correlación familia-rendimiento escolar en las relaciones entre padres e hijos y entre los propios progenitores.
"El carácter del clima familiar es más relevante en el rendimiento escolar que el nivel de estudios de los padres, y se relaciona directamente con el nivel de fracaso escolar", sostiene Antonia Lozano, maestra, psicopedagoga y miembro del grupo de investigación psicoeducativa y psicopedagógica de la Universidad de Almería, tras haber investigado la interacción de estas variables con el fracaso escolar sobre una muestra de 1.178 alumnos de entre 12 y 18 años de cuatro institutos de Almería.
Su conclusión es que las relaciones con los padres tienen una correlación elevada y positiva con aspectos como la conducta en clase (la actitud y la motivación en el aula), el autoconcepto académico (la valoración de la propia capacidad como estudiante), las relaciones sociales en clase (integración con los compañeros del colegio), relaciones de amistad (influencia académica del grupo de amigos), expectativas futuras (el deseo de seguir estudiando) y locus de control (la percepción del control sobre las propias acciones y sus consecuencias). "Y cuanto mayor es el autoconcepto del alumno, más estrategias de aprendizaje utiliza, y cuanto más elevada es su motivación, mayor es la implicación de sus recursos en el aprendizaje", comenta Lozano para explicar la incidencia de estos aspectos en un mayor rendimiento.
En su opinión, las variables que más influencia tienen sobre la conducta en el aula y el rendimiento escolar son las expectativas de los padres sobre sus hijos, la importancia que la familia concede a los estudios tanto en su vertiente de desarrollo personal como de futuro sostén económico, el apoyo e interés por los estudios, la comunicación y el lenguaje entre los diversos miembros de la familia y el estilo educativo de los padres. A conclusiones muy similares ha llegado el equipo que, liderado por el catedrático Alfonso Barca Lozano, del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidade da Coruña, ha estado investigando entre 1998 y 2005 los efectos de las relaciones familiares en el rendimiento escolar del alumnado de educación secundaria, bachillerato y formación profesional de Galicia. Tras analizar a casi 4.000 alumnos y sus familias, Barca ha identificado algunas variables familiares que tienen una correlación positiva con el rendimiento y el trabajo escolar, y otras cuantas que inciden de forma negativa.
En el primer grupo destaca, por su elevada incidencia, la satisfacción familiar y la valoración de los estudios por parte de la familia, seguida de la colaboración familiar con el centro y la evaluación positiva de la capacidad y el esfuerzo, así como las expectativas familiares sobre el estudio y futuro del alumno. "Todos los datos implican que el rendimiento académico es más alto en la misma medida en que lo son las percepciones del alumnado sobre la satisfacción de su familia con los resultados positivos que obtiene, la intensidad que sus familias muestran en la motivación por las propias tareas escolares y por el aprendizaje en sí mismo, la colaboración de la familia con el centro escolar y el interés por terminar con éxito los estudios y obtener un buen trabajo en el futuro", indica en las conclusiones del estudio, que aparecerá publicado en breve en Grupo Editorial Universitario de la ciudad de Granada.
En cuanto a los comportamientos familiares que dañan el rendimiento, el equipo de investigadores liderado por Alfonso Barca señala el refuerzo familiar del rendimiento, el uso de criterios comparativos, el control familiar y las ayudas familiares en el estudio. Dicho de otro modo, cuanto más recompensan o elogian los padres el esfuerzo y las calificaciones escolares de los hijos con promesas de regalos o incentivos materiales, más bajo es su rendimiento académico. "Se constata que cuanto más realizan este tipo de reforzamiento los padres, más perjudican el autoconcepto académico de los hijos, disminuye la responsabilidad de los hijos frente a los logros y el desarrollo de las aptitudes académicas y, paradójicamente, también el rendimiento es más bajo", explican los autores.
Ana Martínez-Pampliega, directora del departamento de Psicología de la Universidad de Deusto, que también ha estudiado a fondo el impacto de la familia en el rendimiento escolar de los alumnos de secundaria, reitera que "quizá sea la satisfacción familiar la variable más vinculada con el rendimiento escolar". Martínez-Pampliega ha analizado la incidencia de las relaciones con el padre y con la madre, de los conflictos matrimoniales, de los divorcios, y su conclusión es que las mayores dificultades escolares se dan en niños que tienen una menor satisfacción con su familia y viven situaciones conflictivas, independientemente de si sus padres conviven o están divorciados. "Cuanto mayor es el amor percibido por los hijos en las relaciones con los padres y menor el control y la hostilidad, mejor rendimiento se observa", indica la investigadora de Deusto.
Visto el papel determinante de los padres en la vida escolar de los hijos, la pregunta que muchos ya se habrán formulado es qué se puede hacer desde casa para mejorar el rendimiento y la conducta en el colegio. "Dar ejemplo. La ejemplaridad de las acciones tiene gran impacto en el niño, especialmente en la forma de organizar la realidad y en el acercamiento a los otros y a cuanto le rodea. La seguridad o temor, el optimismo o pesimismo, las actitudes y valores, el tono vital, etcétera, dependen en buena parte de lo que durante la infancia se haya observado e imitado", responde Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y Pedagogía y profesor en la Universidad Complutense.
Y concreta cuál debe ser ese ejemplo: "Es muy saludable la actitud de los padres presidida por la conversación, el equilibrado control, el acompañamiento, la orientación y el estar presto a garantizar las condiciones ambientales apropiadas en casa para el trabajo escolar, desde el lugar hasta la planificación y los recursos. Deben mostrarse dialogantes, empáticos, interesarse por la evolución de los hijos, preguntarles qué tal les ha ido en el colegio, qué deberes les han puesto... Esta disponibilidad parental resulta muy estimulante, al tiempo que fomenta la autoexigencia, el hábito de estudio y la responsabilidad".
Antonia Lozano añade otros puntos que se han de trabajar desde casa: establecer unas normas claras de conducta y las repercusiones de transgredirlas, enseñarles a ser progresivamente conscientes y responsables de su conducta, animarles a que se expresen y participen en las decisiones y aspectos que sean pertinentes, controlar su actividad educativa tanto en el colegio como en casa sin relajarse a medida que suben de nivel, valorar todo lo relacionado con la cultura y la educación, colaborar con el centro educativo en todos aquellos aspectos que se puedan desarrollar en casa, establecer una serie de hábitos culturales mínimos (lectura, visitas a museos, etcétera), conocer a los amigos que frecuentan...
Valentín Martínez-Otero también deja claro qué comportamientos deben evitar los padres para no aumentar la probabilidad de fracaso escolar: "Hay que evitar que estén desatendidos, solos, que hagan lo que quieran, que carezcan de hábito de trabajo". Una recomendación que reitera Antonia Lozano, quien también insta a los padres a evitar transmitir a los hijos escasas expectativas de éxito escolar, a no ser incoherentes entre lo que dicen y lo que hacen, a ayudarles o buscar ayuda para hacer los deberes... "También es primordial que las familias se acerquen al centro educativo y lo consideren como un ente fundamental en el desarrollo de sus hijos y no únicamente como un lugar al que ir a dar y/ o recibir quejas", añade.
"La realidad me ha demostrado que por mucho trabajo que un niño o niña nos dé a los maestros, si sus padres están dispuestos a colaborar con el colegio, si en casa los esquemas de relación y de límites están claros, si el niño o la niña vive un equilibrio razonable entre libertades y responsabilidades, la probabilidad de que su evolución escolar sea positiva es muy alta. Y, desgraciadamente, la realidad me ha demostrado también la otra versión: que cuando los padres y madres delegan en la escuela toda la tarea educativa, o aún peor, cuando critican o cuestionan el trabajo de los profesores delante de sus hijos, las probabilidades de éxito escolar quedan muy reducidas", asegura Ramon Casals, profesor de matemáticas en el instituto Leonardo Da Vinci de Sant Cugat del Vallès (Barcelona).
Su experiencia docente y de colaboración con asociaciones de madres y padres ya había llevado a Casals a estas conclusiones, pero decidió corroborarlas de forma científica y el año pasado utilizó una licencia del Departament d´Educación de la Generalitat para evaluar qué aspectos de la vida familiar inciden en la vida escolar, cuantificando aspectos como el grado de conversación de los alumnos con su padre y con su madre, si se ríen con ellos, si les dan besos, si juegan, si los padres les preguntan dónde van, si les riñen, si hacen las paces cuando discuten... y cruzando estas variables con sus opiniones sobre si vale la pena estudiar, si sacan buenas notas, si les gustan los profesores... Las conclusiones del estudio Les relacions familiars i la seva influència en la vida escolar - realizado sobre una muestra de 995 alumnos de entre 10 y 17 años de 21 centros educativos de Catalunya- son que cuando las madres y los padres se interesan por lo que hacen sus hijos mejora un 20% la actitud de estos por el estudio y, en general, las otras variables escolares: rendimiento, satisfacción con el profesorado.
También influye de forma relevante la confianza y seguridad que el menor tiene en su relación familiar, la existencia de buenos mecanismos de resolución de con-flictos en casa o el hecho de participar activamente en las labores domésticas, que mejora un 7% la actitud escolar. "Lo que hemos constatado es que cualquier aspecto que refuerce el vínculo emocional del niño con su familia redunda en positivo sobre su autoestima y seguridad. ¿De qué puede servir que un niño hable más o menos con sus padres? Básicamente le da a entender que tiene una relación con ellos, eso le hace sentirse mejor consigo mismo y con el mundo. Por eso encara la vida con un ánimo más positivo. Le cuesta el mismo esfuerzo aprenderse los verbos irregulares, claro está, pero al sentirse bien, es capaz de encarar este esfuerzo con mejor ánimo y, por tanto, de obtener mejores resultados escolares. Yolo defino como cojín emocional", explica Casals.
Está claro que el rendimiento escolar es un factor complejo que no puede explicarse en función de una única variable, pero son muchos los investigadores que ponen el acento en la influencia familiar. Hay una amplia línea de trabajos centrados en probar que el mayor nivel educativo de los padres, el nivel de renta familiar y la presencia de un ambiente estimulador en el hogar suele ir asociado a los buenos resultados académicos de los hijos. Hay todo otro grupo de investigaciones que demuestran cómo la implicación de los padres en actividades y en el funcionamiento escolar influye en el rendimiento de los alumnos. Pero cada vez son más los que ponen el énfasis de la correlación familia-rendimiento escolar en las relaciones entre padres e hijos y entre los propios progenitores.
"El carácter del clima familiar es más relevante en el rendimiento escolar que el nivel de estudios de los padres, y se relaciona directamente con el nivel de fracaso escolar", sostiene Antonia Lozano, maestra, psicopedagoga y miembro del grupo de investigación psicoeducativa y psicopedagógica de la Universidad de Almería, tras haber investigado la interacción de estas variables con el fracaso escolar sobre una muestra de 1.178 alumnos de entre 12 y 18 años de cuatro institutos de Almería.
Su conclusión es que las relaciones con los padres tienen una correlación elevada y positiva con aspectos como la conducta en clase (la actitud y la motivación en el aula), el autoconcepto académico (la valoración de la propia capacidad como estudiante), las relaciones sociales en clase (integración con los compañeros del colegio), relaciones de amistad (influencia académica del grupo de amigos), expectativas futuras (el deseo de seguir estudiando) y locus de control (la percepción del control sobre las propias acciones y sus consecuencias). "Y cuanto mayor es el autoconcepto del alumno, más estrategias de aprendizaje utiliza, y cuanto más elevada es su motivación, mayor es la implicación de sus recursos en el aprendizaje", comenta Lozano para explicar la incidencia de estos aspectos en un mayor rendimiento.
En su opinión, las variables que más influencia tienen sobre la conducta en el aula y el rendimiento escolar son las expectativas de los padres sobre sus hijos, la importancia que la familia concede a los estudios tanto en su vertiente de desarrollo personal como de futuro sostén económico, el apoyo e interés por los estudios, la comunicación y el lenguaje entre los diversos miembros de la familia y el estilo educativo de los padres. A conclusiones muy similares ha llegado el equipo que, liderado por el catedrático Alfonso Barca Lozano, del departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Universidade da Coruña, ha estado investigando entre 1998 y 2005 los efectos de las relaciones familiares en el rendimiento escolar del alumnado de educación secundaria, bachillerato y formación profesional de Galicia. Tras analizar a casi 4.000 alumnos y sus familias, Barca ha identificado algunas variables familiares que tienen una correlación positiva con el rendimiento y el trabajo escolar, y otras cuantas que inciden de forma negativa.
En el primer grupo destaca, por su elevada incidencia, la satisfacción familiar y la valoración de los estudios por parte de la familia, seguida de la colaboración familiar con el centro y la evaluación positiva de la capacidad y el esfuerzo, así como las expectativas familiares sobre el estudio y futuro del alumno. "Todos los datos implican que el rendimiento académico es más alto en la misma medida en que lo son las percepciones del alumnado sobre la satisfacción de su familia con los resultados positivos que obtiene, la intensidad que sus familias muestran en la motivación por las propias tareas escolares y por el aprendizaje en sí mismo, la colaboración de la familia con el centro escolar y el interés por terminar con éxito los estudios y obtener un buen trabajo en el futuro", indica en las conclusiones del estudio, que aparecerá publicado en breve en Grupo Editorial Universitario de la ciudad de Granada.
En cuanto a los comportamientos familiares que dañan el rendimiento, el equipo de investigadores liderado por Alfonso Barca señala el refuerzo familiar del rendimiento, el uso de criterios comparativos, el control familiar y las ayudas familiares en el estudio. Dicho de otro modo, cuanto más recompensan o elogian los padres el esfuerzo y las calificaciones escolares de los hijos con promesas de regalos o incentivos materiales, más bajo es su rendimiento académico. "Se constata que cuanto más realizan este tipo de reforzamiento los padres, más perjudican el autoconcepto académico de los hijos, disminuye la responsabilidad de los hijos frente a los logros y el desarrollo de las aptitudes académicas y, paradójicamente, también el rendimiento es más bajo", explican los autores.
Ana Martínez-Pampliega, directora del departamento de Psicología de la Universidad de Deusto, que también ha estudiado a fondo el impacto de la familia en el rendimiento escolar de los alumnos de secundaria, reitera que "quizá sea la satisfacción familiar la variable más vinculada con el rendimiento escolar". Martínez-Pampliega ha analizado la incidencia de las relaciones con el padre y con la madre, de los conflictos matrimoniales, de los divorcios, y su conclusión es que las mayores dificultades escolares se dan en niños que tienen una menor satisfacción con su familia y viven situaciones conflictivas, independientemente de si sus padres conviven o están divorciados. "Cuanto mayor es el amor percibido por los hijos en las relaciones con los padres y menor el control y la hostilidad, mejor rendimiento se observa", indica la investigadora de Deusto.
Visto el papel determinante de los padres en la vida escolar de los hijos, la pregunta que muchos ya se habrán formulado es qué se puede hacer desde casa para mejorar el rendimiento y la conducta en el colegio. "Dar ejemplo. La ejemplaridad de las acciones tiene gran impacto en el niño, especialmente en la forma de organizar la realidad y en el acercamiento a los otros y a cuanto le rodea. La seguridad o temor, el optimismo o pesimismo, las actitudes y valores, el tono vital, etcétera, dependen en buena parte de lo que durante la infancia se haya observado e imitado", responde Valentín Martínez-Otero, doctor en Psicología y Pedagogía y profesor en la Universidad Complutense.
Y concreta cuál debe ser ese ejemplo: "Es muy saludable la actitud de los padres presidida por la conversación, el equilibrado control, el acompañamiento, la orientación y el estar presto a garantizar las condiciones ambientales apropiadas en casa para el trabajo escolar, desde el lugar hasta la planificación y los recursos. Deben mostrarse dialogantes, empáticos, interesarse por la evolución de los hijos, preguntarles qué tal les ha ido en el colegio, qué deberes les han puesto... Esta disponibilidad parental resulta muy estimulante, al tiempo que fomenta la autoexigencia, el hábito de estudio y la responsabilidad".
Antonia Lozano añade otros puntos que se han de trabajar desde casa: establecer unas normas claras de conducta y las repercusiones de transgredirlas, enseñarles a ser progresivamente conscientes y responsables de su conducta, animarles a que se expresen y participen en las decisiones y aspectos que sean pertinentes, controlar su actividad educativa tanto en el colegio como en casa sin relajarse a medida que suben de nivel, valorar todo lo relacionado con la cultura y la educación, colaborar con el centro educativo en todos aquellos aspectos que se puedan desarrollar en casa, establecer una serie de hábitos culturales mínimos (lectura, visitas a museos, etcétera), conocer a los amigos que frecuentan...
Valentín Martínez-Otero también deja claro qué comportamientos deben evitar los padres para no aumentar la probabilidad de fracaso escolar: "Hay que evitar que estén desatendidos, solos, que hagan lo que quieran, que carezcan de hábito de trabajo". Una recomendación que reitera Antonia Lozano, quien también insta a los padres a evitar transmitir a los hijos escasas expectativas de éxito escolar, a no ser incoherentes entre lo que dicen y lo que hacen, a ayudarles o buscar ayuda para hacer los deberes... "También es primordial que las familias se acerquen al centro educativo y lo consideren como un ente fundamental en el desarrollo de sus hijos y no únicamente como un lugar al que ir a dar y/ o recibir quejas", añade.
MAYTE RIUS
Adolescents
Se levantan tarde, comen a deshoras, lo cuestionan todo,
pasan de la apatía a la ira en segundos¿ Son los adolescentes. Convivir con
ellos no suele ser fácil, pero conocer los profundos cambios físicos, psíquicos
y sociales que experimentan y cómo les afectan puede ayudar a entenderlos mejor
Una queja frecuente de los padres sobre sus hijos adolescentes es que siempre les parece pronto
para acostarse y pronto para levantarse. “Se queda
despierto hasta las tantas y por la mañana no
hay quien le levante”, se
lamentan. Núria Curell, pediatra y responsable de la unidad de adolescentes
de
USP Dexeus, explica que el reloj del sueño se retrasa en la adolescencia. Hay
estudios que
prueban que la melatonina, la hormona que induce el sueño, se
segrega cada vez más tarde a partir
de la pubertad y por eso muchos chavales tienen
problemas para conciliar el sueño si se van
pronto a la cama. Y van retrasando
la hora de acostarse sin poder posponer la de levantarse, lo que
hace que
duerman poco, que acumulen cansancio –y con frecuencia irritabilidad–, y que a
muchos
les resulte duro despertarse.
También influyen factores
medioambientales. Es frecuente que los adolescentes pasen muchas horas ante el ordenador y las videoconsolas, con luz
artificial, y eso disminuye la cantidad de melatonina segregada, así que no
sienten la necesidad de ir a dormir.
¿Por
qué comen de forma impulsiva o a deshoras?
“Puede tomarse un paquete
entero de galletas sin pestañear”. “Se acaba la caja de cereales en dos
meriendas”. “No puede pasar por la cocina sin abrir la despensa o la nevera en busca de algo para picotear, aunque
acabemos de comer”. “Come más que su padre”. “Se bebe dos litros de refresco de
una sentada”. Estas frases dan muestra de algunos de los anárquicos y con
frecuencia impulsivos hábitos alimentarios que caracterizan a muchos adolescentes.
El apetito desmesurado y la ingesta de alimentos de preparación sencilla,
consumo fácil y saciedad inmediata es un rasgo muy típico de esta etapa. La
doctora Curell explica que en la adolescencia se realiza aproximadamente el 25%
del crecimiento total –con estirones de 8-12 centímetros al año en la etapa
puberal– y se gana el 40% o 50% del peso definitivo. “Hay un incrementomuy
importante de la masa corporal en esa etapa; los chicos duplican su masa
muscular y las chicas su tejido adiposo, así que aumentan sus necesidades
energéticas y es normal que tengan mucho más apetito”, comenta. Y precisa que,
de media, las chicas pasan de necesitar 2.071 calorías a los 9-13 años, a
requerir más de 2.300 a los 14-18, y los chicos de 2.200, a más de 3.100. “Tienen
hambre y el cuerpo les pide energía, hidratos de carbono y azúcar, y se inflan
de cereales y cosas así”, señala. Y es esa gran necesidad de energía la que provoca que estén queriendo
comer casi constantemente. Los especialistas aseguran que los adolescentes
necesitan un aporte extra de algunos nutrientes, como calcio, hierro, zinc o
magnesio. “En torno al 45% de la masa ósea de un adulto se forma en la
adolescencia, así que necesitan mucho calcio y ejercicio físico para estimular
el crecimiento de los huesos y fortalecerlos”, apuntan. A este respecto, Curell
alerta sobre el consumo de refrescos con gas, muy habitual a esas edades:
“El ácido carbónico dificulta la absorción del calcio, así que si abusan de
esas bebidas pueden tener problemas de densidad ósea”.
También es frecuente que
los adolescentes estén faltos de hierro debido al aumento de su masa muscular y
de su volumen sanguíneo, por lo que necesitan tomar alimentos ricos en este
micromineral (verduras verdes, carne magra, frutos secos…) para evitar
problemas de cansancio, de bajo rendimiento escolar o mareos,
más frecuentes en las chicas debido a la menstruación pero que también afectan
a los varones.
También están más expuestos
a modas alimenticias pasajeras, suelen saltarse algunas comidas (muchos el
desayuno, porque se levantan dormidos y con la hora justa para ir al instituto)
y desarrollan hábitos alimenticios irregulares, ya que comienzan a salir más
con amigos y comen snacks, fast food y refrescos con mayor frecuencia. Y
como también empiezan a quedarse solos en casa, eligen comidas de preparación
sencilla y consumo fácil, como hamburguesas o bocadillos, y abusan de chuches y
precocinados, perjudiciales por su alto contenido en colorantes y aditivos.
Estos desequilibrios pueden contribuir a la sensación de cansancio que muestran
algunos, aunque el riesgo más grave es que la preocupación por su cuerpo y por
agradar a los demás, unida a desequilibrios emocionales o falta de autoestima,
desencadenen trastornos como anorexia o bulimia.
¿Por
qué son destartalados?
“Uno diría que hasta le
cuesta andar”; “está muy torpe, se le caen las cosas de las manos”. La transformación física que viven los adolescentes es
tremenda: crecen mucho (y no siempre de forma armónica), a las chicas les
crecen las mamas, ellos se vuelven peludos, se ensanchan las caderas, la cara
se llena de granos… “Son muchos cambios y muy rápidos; crecen a estirones,
primero las piernas y al cabo de un tiempo el tronco, y no es fácil
acostumbrarse al nuevo tamaño ni la nueva fuerza; es como cuando cambias de
coche, de ordenador o de cubiertos, que no los manejas igual, que los
movimientos han de ser controlados y reajustados por las neuronas y se necesita un periodo de
adaptación”, justifica Manuel J. Castillo, catedrático de Fisiología Médica en
la Universidad de Granada.
¿Por
qué pasan tantas horas en el baño o ante el espejo?
Además de acostumbrarse a
su nuevo aspecto físico, el adolescente necesita aceptarlo, asumir su nueva
talla, su nuevo peso, sus nuevas facciones. Y en esa opinión pesa mucho la aceptación y valoración que recibe de sus amigos
y las parejas potenciales. “El niño se valora por reflejo de quienes le
quieren, se mira en el espejo de los padres y de los profesores, que son un
entorno poco crítico; en cambio, el adolescente se mira en el espejo de sus
compañeros y compañeras, que le pueden ver con aprecio o sin él, así que le
importa mucho su aspecto y se esfuerza por cuidarlo para ser aceptado y
admirado”, explica Castillo. Y añade que, para conseguirlo, pone en marcha un
proceso de ensayo y error sobre su peinado, su ropa, su
forma de moverse, su agilidad, su musculatura… que a menudo se traduce en horas
de pose ante el espejo. Susana Cañamares, psicóloga de la unidad de
adolescentes de USP Dexeus, asegura que “los adolescentes muestran una
preocupación excesiva por su cuerpo porque no se reconocen; se miran y dicen
¿quién soy?, y no siempre se gustan”. Y añade que el hecho de encerrarse horas en el baño también tiene que ver
con la necesidad que sienten de distanciarse y aislarse de los padres, así como
de descubrir su cuerpo y su sexualidad.
¿Por
qué se aíslan en su habitación?
“Se pasa el día encerrado
en su cuarto, en su mundo, y no quiere saber nada del resto”. “Se pone los
cascos con su música y olvídate de que existe”. El aislamiento del resto de la
familia es uno de los rasgos comunes de los adolescentes. “El día que encuentras la puerta de la
habitación de tu hijo cerrada es que ha entrado en la adolescencia”, indica la
psicóloga Susana Cañamares. Los pediatras Gloria Cabezuelo y Pedro Frontera,
autores de El desarrollo psicomotor. Desde
la infancia hasta la adolescencia (Narcea
Ediciones), explican que “hay un periodo de introspección y timidez, sobre todo en la adolescencia temprana
y media, en el que se ensimisman, pasan horas en su cuarto y reflexionan sobre
sus cambios y experiencias para conocerse mejor; y pueden resultar hoscos e
insociables si creen que los padres se meten en sus cosas”. Mario Izcovich,
responsable del grupo de investigación en adolescencia del Col.legi de
Psicòlegs de Catalunya, explica en su libro Tiempo de transformación (12-15
años) (Síntesis), que
en esta etapa los hijos se recluyen en su habitación para establecer límites
claros de separación de sus padres, porque psicológicamente
necesitan diferenciarse de ellos para iniciar su propio camino, para definir y
reafirmar su personalidad, y a veces precisan evidenciar físicamente ese
distanciamiento.
¿Por
qué dan golpes y portazos?
“El adolescente tiene una
gran energía vital, y la manifiesta dando saltos y portazos, gritando, bailando
con la música a toda pastilla o haciendo deporte hasta la extenuación; siempre
tiene prisa, horarios anárquicos, come rápidamente
y se levanta antes de que los demás acaben porque ha quedado o tiene cosas que
hacer…”. La descripción de los doctores Cabezuelo y Frontera resume bastante la
experiencia de muchos padres de adolescentes, que con frecuencia se quejan de
una convivencia “imposible”. El psicólogo y psicoanalista Mario Izcovich
asegura que esta rebeldía, este negativismo hacia todo lo que tenga relación con los padres –sea ordenar la
habitación, ducharse o hacer las tareas escolares–, es una forma de decir “aquí
estoy yo”, porque construyen su personalidad por oposición y negación del otro.
“En otras épocas se relacionaba la rebeldía con una ruptura ideológica respecto
a los padres, con la reclamación de libertad, pero hoy no hay tanta rebeldía ideológica, es más la oposición por
oposición para diferenciarse; algunos la manifiestan a gritos, otros con pasotismo
o no hablando, porque no todos los adolescentes ni adolescencias son iguales”,
comenta.
Manuel J. Castillo cree que
también hay causas físicas en este gritar y tratar de imponerse a los padres:
“Se sienten grandes, más fuertes y con más argumentos, y su cerebro es más impulsivo, quieren conseguir lo
que desean a cualquier precio y tienen menos desarrollado el freno a las
respuestas inapropiadas”. Y comenta que las resonancias magnéticas muestran que
a esas edades hay menos actividad en las zonas del cerebro que modulan los
impulsos y controlan el no hacer lo que a uno le apetece en cada momento.
¿Por
qué son tan impulsivos e impacientes?
El catedrático de
Fisiología de la Universidad de Granada vincula la impulsividad de los
adolescentes con sus alteraciones hormonales, que les hacen más arriesgados,
con menor capacidad para prever las consecuencias de sus acciones. Explica que los mayores niveles de
testosterona y estrógenos favorecen la liberación de dopamina, un
neurotransmisor implicado en la pulsión por la recompensa que provoca que el
adolescente se decante por la ganancia inmediata y no esté dispuesto a esperar
para conseguir lo que desea aunque esperando que la recompensa fuera mayor. “A esa edad, lo que
quieren lo quieren ahora mismo, y luchan por ello, por eso discuten tanto con
los padres”, comenta Castillo. Y añade que en las resonancias se observa que
las áreas cerebrales que modulan los impulsos y permiten no hacer lo que apetece en cada momento en los adolescentes se
activan más si hay recompensa. “Tú le dices a un chaval de 14 años ‘ordena tu
cuarto’ y no se activan las áreas cerebrales para hacerlo, así que no lo hace
porque se le olvida; en cambio, si le dices ‘si ordenas tu cuarto puede venir
tu amigo a casa’, como hay recompensa no se le olvida y lo hace”, ejemplifica.
¿Por
qué tienen tantos altibajos?
“Tan pronto está loco de
contento como dice que es el más desgraciado del mundo”. “Un día está espídico
y te cuenta su vida y otros días no le puedes preguntar ni cómo se encuentra”.
Los altibajos emocionales y las contradicciones son otro de los rasgos que observan
los padres. Gloria Cabezuelo y Pedro Frontera aseguran que son el precio que
pagan los adolescentes para edificar su propia personalidad diferenciada y
convertirse en adultos: “Buscan su propia identidad personal, sexual y hasta
moral, y en ese proceso indagador, como aún no tienen una estructura psíquica estable, son muy vulnerables y muy sensibles a
influencias y acontecimientos externos, que pueden herirles si son desfavorables”.
El psicólogo y
psicoanalista Mario Izcovich vincula estos cambios de humor con el duelo que
hace el adolescente por la pérdida de su infancia: “La adolescencia es el proceso para pasar de niño a
adulto; el mundo del adulto atrae, resulta interesante, y por eso piden ser
tratados como mayores; pero también tienen momentos de reivindicación infantil
en los que echan de menos su infancia, su cuerpo de niños, sus juegos o su
relación con los padres, y hacerse adultos les da miedo o les incomoda; de ahí
sus contradicciones”.
Susana Cañamares asegura
que estos altibajos tienen que ver con que el cerebro no madura de forma
armónica ni al unísono. “Primero se desarrolla el sistema límbico, que es el
que tiene que ver con las emociones, y después la corteza prefrontal,
responsable del funcionamiento ejecutivo, el control, la autorregulación y la
toma de decisiones; ese desequilibrio provoca que en los primeros años de la
adolescencia los chavales tengan una emotividad muy alta, que vivan los
problemas con mucha intensidad y tengan muy desarrollada la búsqueda de sensaciones, y que sean poco capaces de
controlarlas o de planificarse y a veces incurran en conductas de riesgo”,
explica. Castillo agrega que los cambios hormonales que experimentan también
tienen que ver con esta mayor reactividad emocional, con que sean más sensibles
a ser aceptados o rechazados, a sentir felicidad o tristeza, a pasar del amor al odio. “Son más
sensibles a las emociones porque la dopamina, en exceso, crea inestabilidad y
humor cambiante”, resume.
¿Por
qué cuestionan todo?
“¿Quién decidió que no se
puede silbar en la mesa? ¿Y qué hay de malo en poner los codos?”. Un día son
los modales en las comidas y otro las decisiones políticas. La cosa es
cuestionar. “Los adolescentes lo cuestionan todo porque en esa etapa se
desarrolla su pensamiento abstracto y eso les da mucha más habilidad para
argumentar y para pensar simbólicamente, y tienen una expresión verbal
perfeccionada, así que se ven con argumentos para todo”, explica Susana Cañamares.
Cabezuelo y Frontera subrayan que “la intensa activación cerebral hormonal hace que muchos adolescentes
experimenten un aumento espectacular de su capacidad de aprendizaje, de crear,
de tener ideas brillantes; pero su capacidad intelectual está muy influenciada
por sus emociones, para bien y para mal, y sólo les interesa lo que les motiva
o les gusta”.
¿Por
qué influyen tanto sus amigos?
Mario Izcovich explica que
la adolescencia es el proceso por el que los hijos abandonan el grupo familiar,
ese núcleo de protección y cuidado, para salir a la sociedad, para situarse en
el mundo, y en ese trayecto la pandilla de amigos supone una transición, una
especie de colchón para atenuar el miedo que provoca el mundo exterior. “Los
cambios que viven, el hacerse mayores, les provoca temor e incertidumbre sobre
su identidad, y por eso identificarse con un grupo, experimentar con iguales, hace que se
sientan acompañados en el proceso de ganar autonomía”, dice.
Manuel J. Castillo opina
que la influencia que ejercen los amigos tiene que ver con que deja de
percibirse sólo por cómo se ve él o quienes le quieren y se mira en el espejo de sus compañeros, y pasa a ser muy
importante ser socialmente aceptado, apreciado y admirado por el grupo. “Lo que
más motiva al adolescente, lo que más disfruta, es estar con los amigos, y la
valoración de estos le influye mucho, así que busca su aprobación, que es su
principal recompensa y estímulo, y uno de los factores que favorecen la
liberación de dopamina, el neurotransmisor que eleva la pulsión por la
recompensa, la búsqueda de novedades, y el comportamiento consumatorio:
quiero algo, voy a por ello, lo tengo y lo agoto, se den o no las
circunstancias para ello”, resume.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada